REVISTA NOMBRE

REVISTA NOMBRE fue creada por los escritores Axel Díaz Maimone y Nicolás Antonioli con el fin de promocionar y difundir a autores de toda índole y procedencia, clásicos y modernos. Esta publicación esta abierta para cualquier tipo de material literario y/o artísitico en general, es por eso que los editores solicitan a quienes estén interesados que envien sus textos (ensayos, monografias, poemas, cuentos, canciones, novelas, teatro, etc.) a la siguiente dirección de mail: nicolas_antonioli@yahoo.com.ar





sábado, 20 de noviembre de 2010

Homenaje a Mujica Lainez II

Una visita a "El Paraíso"

Texto y fotografías de Axel Díaz Maimone


I.- Una mansión en Cruz Chica

La casa está a tres kilómetros de La Cumbre, en Cruz Chica, una localidad del Valle de Punilla. El lugar es espléndido, paradisíaco.
A principios del siglo XX, el español Ramón Cabezas -que había sido Presidente del Club Español de Buenos Aires y estaba casado con Rosario Pizarro viuda de Cordero-, compró un terreno de veintidós hectáreas (desde la actual Calle Manuel Mujica Lainez , entonces General Alvear, hacia arriba de la sierra) a un señor de apellido Lunsdaine. El predio había pertenecido a uno de los primeros conquistadores españoles que pasaron por Córdoba, y había pasado por distintas manos hasta que lo adquirió Cabezas.



Entrada


Se cuenta que uno de los antiguos propietarios, Mr. Littlemore, fue asesinado en el lugar donde hoy está el comedor por el amante de su esposa, y desde entonces su espíritu habita en la casa. Miroslav Scheuba, un amigo compartido con Mujica Lainez, me asegura haberlo visto durante su estadía en “El Paraíso”.
Ramón Cabezas levantó, en 1915, la casona principal -casi sobre la calle, para complacer a su esposa que solía sentarse en la terraza a mirar el ir y venir de coches y vecinos-, otras casas de menor porte, una sala de conciertos, una botera, la caballeriza, un taller, la casa del personal, una especie de teatro, un lago artificial, un mirador y una pileta de natación. El conjunto fue construido por el arquitecto francés Leon Dourge, y está rodeado por un grandioso parque en el que, armoniosamente, conviven caratos, dalias, cañaverales, enredaderas, un alcornoque, buxus, numerosos frutales, laureles, brucos, locontes, talas, molles, jazmines, nenúfares que pueblan una fuente...
La casa principal, de estilo colonial español con reminiscencias italianas, tiene treinta y tres ambientes. La habitaban Don Ramón Cabezas, Rosario Pizarro de Cabezas y un hijo de ésta con su primer marido, de apellido Cordero.
Según el recuerdo de quienes la conocieron, Doña Rosario Pizarro era una mujer exageradamente gorda, a tal punto que la madre de Manuel Mujica Lainez -Lucía Lainez Varela de Mujica Farías- “se acordaba de ella en el Teatro Colón ocupando todo un palco y asomando por detrás unas cabecitas”.[1]





Vista exterior




Cuando Misia Rosario (como la llamaba Manucho) decidía bañarse en la pileta de su casa de Cruz Chica, la llevaban en un antiguo coche hasta la pileta; ella bajaba vestida con un amplio batón y luego corrían una especie de telón para evitar que la viera alguna persona mientras disfrutaba del contacto con el agua en los calurosos días de los veranos cordobeses. Después del baño, se sentaba en la terraza y saludaba ceremoniosamente a todo aquel que pasara frente a su casa, fuera o no conocido de ella o de Cabezas.
Muchos años después, promediando el segundo cuarto del siglo XX, Don Ramón Cabezas decidió volver a su España natal. Antes de viajar, dejó un poder a su esposa y a su hijastro para que pudieran disponer de todos sus bienes; en poco tiempo, madre e hijo despilfarraron toda su fortuna, vendiendo hasta el mobiliario de la casa de Cruz Chica.
Cuando Cabezas volvió de España, a los seis meses, se encontró arruinado. Para tratar de salir de la crisis económica, se vio obligado a vender El Paraíso. Al poco tiempo murió en la miseria.
La casa la compró, entonces, un hombre de apellido Parada, quien se la dejó en herencia a sus hijas. Las hijas de Parada, con sus esposos, reformaron y ampliaron la residencia. Con el correr del tiempo, lotearon el terreno; luego, en 1957, pusieron en venta la casa.
Once años estuvo el cartel de venta en “El Paraíso”, que permaneció cerrado y en ruinas todo ese tiempo, con un parque de seis hectáreas y media que se había convertido en un bosque frondoso y desordenado.

***

II.- El Paraíso de Manucho




Vista desde la calle Manuel Mujica Lainez



En 1968, el 18 de octubre, Manuel Mujica Lainez visitó por primera vez El Paraíso. Estaba en Córdoba con su esposa, y ahí empezaron a buscar un lugar donde vivir cuando él se jubilara del Diario La Nación, lejos del ruido mundanal de Buenos Aires.
A medida que Manucho y Anita recorrían la casa junto con Laura Saniez y Martín Bartolomé, abriendo ventanas y postigos, él fue poblando mentalmente cada ambiente con sus libros, sus muebles, sus antigüedades, cuadros y objetos de arte.
La casa costaba ocho millones de pesos, importe que Mujica Lainez no tenía en ese momento. Pero de todos modos, se fue de El Paraíso sabiendo que ése era el lugar en que quería vivir sus últimos años, y que -tarde o temprano- sería suyo.
Meses después volvió a visitar la casa y a amoblarla con su imaginación. En ese momento decidió comprarla, y ofertó por carta siete millones de pesos, que sus dueños aceptaron.
No obstante haber rebajado el precio, Manucho fijó la forma de pago: a principios de enero de 1969 entregaría el primer millón; a fin de mes el segundo; y los cinco restantes, en abril. La primera entrega provenía de sus derechos autor y del Premio Forti Glori que recibió en 1968; la segunda, de la venta del Autorretrato de Miguel Carlos Victorica, que el pintor le había regalado cuando lo pintó en 1948; y los cinco millones restantes, de futuros derechos de autor y de herencias recibidas por Anita.
El 24 de febrero de 1969 se concretó la entrega de llaves en la galería española de la entrada, cerca de los mosaicos que reproducen La rendición de Breda. Martín Bartolomé inmortalizó el acto en una serie de fotografías. El 19 de abril el escritor y su mujer terminaron de pagar la casa, y entonces comenzó a organizarse la mudanza.
A principios de mayo salió el primer camión de mudanzas, acarreando objetos y mobiliario de la casona de la calle O’Higgins 2150 de Buenos Aires, hacia “El Paraíso”. Le sucedieron otros diez.
La mudanza duró siete meses, en los cuales el novelista acomodó pieza por pieza en cada lugar de la casa, de acuerdo a croquis que él mismo realizaba, y ordenó los veinte mil volúmenes de la biblioteca. Anita fue la única persona a quien Manucho le permitió ayudar en el arduo trabajo del cambio de casa. Durante el tiempo que llevó la mudanza, el novelista perdió siete kilos y se enfermó, y esa enfermedad lo distrajo de su obra a tal punto que durante casi dos años no escribió ni publicó ningún libro.
Mientras organizaba la mudanza, Mujica Lainez escribió la historia del Valle de Punilla y le pidió a las ceramistas Mabel y María Castellanos que la copiaran en azul sobre unos azulejos blancos, para poner en el patio andaluz. A su vez, encargó a una sobrina de Rosario Pizarro que hiciera en cerámica el escudo de armas de los Pizarro para ponerlo en la entrada como un pequeño homenaje a los hacedores del lugar.
En diciembre de 1969 Manuel Mujica Lainez se instaló definitivamente en El Paraíso, junto a Anita, a su madre, y a tres de las tías Lainez (Josefina, Ana María y Marta). Desde entonces, la vieja casona de Cruz Chica fue El Paraíso de Manucho: allí, disfrutando la cercanía de las sierras y el encanto de la casa y del jardín, Manuel Mujica Lainez escribió el cuarenta por ciento de su obra; allí vivió -como soñaba- rodeado de amigos y familiares; allí lloró la muerte de su madre y de sus tías Josefina y Ana María; allí murió, en el otoño de 1984; y allí perdura su espíritu, acompañando a cada visitante que, buscándolo, llega a El Paraíso.

***

III.- Recorriendo El Paraíso



La visita a la casa comienza en la explanada contigua al comedor: una terraza de adoquines con canteros y una estatua de piedra gris que reproduce el Aquiles de Philibert Vigier que se encuentra en el Tapis Vert del Palacio de Versalles.




Aquiles


Cruzando la puerta cancel con vidrios rectangulares y rejas negras, rejas que colocó Manucho y que le fueron regaladas por Teresa Aguirre de Guerrico, se pasa de la terraza al fumoir. En esa salita, en una esquina, se encuentra el sillón preferido de Mujica Lainez, donde él se sentaba a fumar y a conversar con sus amigos después de las comidas; a su lado, una mesa redonda de madera con imaginería religiosa de antaño, y luego dos sillones enfrentados, uno a cada lado de la chimenea. Atrás del sillón izquierdo, en una angosta pared entre los ventanales, hay colgado un Komuso, bastón de poco más de dos metros, que fue de un monje mendicante japonés del siglo XVIII y que Mujica trajo de su viaje al Oriente, en 1940, junto con la estela funeraria de Manchuria que se encuentra incrustada en la chimenea en cuyo reverso se lee una maldición para quien la robe: “Que nadie ose tocar esta piedra en forma de Buda, que hice tallar en tal mes de primavera, de tal reinado de la dinastía Yuan, porque sobre él caerá mi maldición”. Sobre la consola de la chimenea hay cinco huacos antropomorfos de la cultura Chancay que fueron utilizados para ritos tribales en el siglo IX en el Perú. En la misma habitación, dos mesas exhiben piezas alegóricas a las obras del novelista: siete demonios de metal y varios escarabajos de distintos materiales.


Fumoir


Frente al fumoir está el comedor, con una antigua y pesada mesa extensible de madera y las sillas rodeándola. En la pared de la cabecera, un mueble perteneciente a la familia de Anita y usado para guardar las casullas de los sacerdotes en el siglo XVII, sirve de apoyo a cinco figuras orientales de porcelana; y sobre la pared que está atrás, tres cuadros: Presentación del caballo, de Raúl Soldi; Castel Sant’Angelo, de Miguel Carlos Victorica; y Los compadritos de Héctor Basaldúa. A la izquierda del visitante, frente a los ventanales que dan a la terraza, un mueble embutido en la pared guarda parte de la cristalería de la familia; y al lado, un tapiz alegórico a El escarabajo -que Manucho no vio terminado pero al cual ya había asignado ese lugar- viste gran parte de la pared.
Del fumoir se va al pasillo de las fotografías. Allí penden de las paredes cuadros y fotografías referidos a la obra de Mujica Lainez; hay también recortes de diarios y afiches enmarcados. En el mismo pasillo están el diploma de la incorporación de Manuel Mujica Lainez a la Academia Argentina de Letras, el telegrama de Alberto Ginastera sobre la prohibición de la ópera Bomarzo en el Teatro Colón en 1967 (“Bomarzo prohibido por relaciones con una osa. Alberto”) y otro telegrama en el cual el Ministro de Relaciones Exteriores de la Argentina nombra a Mujica Lainez y a Ginastera embajadores-representantes de la cultura argentina con motivo del estreno de la ópera Bomarzo en New York, ese mismo año. Sobre la puerta que comunica con el fumoir está colgada una máscara de José María Suhurt, un arquitecto amigo de Manucho, que representa al Escarabajo y que fue usada por Mujica Lainez en un baile de disfraces.
El pasillo termina en la sala donde se daban los famosos bailes de carnaval, con las máscaras hechas especialmente para la ocasión por Suhurt. En una vitrina, al lado de la puerta que da al pasillo, hay miniaturas y antigüedades de la familia; del otro lado de la puerta, un gran cuadro muestra el chaleco que Florencio Varela llevaba puesto el día que lo asesinaron en Montevideo, junto con una navaja, un daguerrotipo y un mechón de cabello del escritor que le cortó José Mármol cuando lo mataron. En otra vitrina embutida en la pared, libros y documentos familiares de antaño; y frente a ella, una mesa de madera para naipes y un juego de sillones junto a la chimenea. A un costado, apoyado en una pared, el escritorio de campaña que el General José de San Martín usó en San Lorenzo y que él mismo le regaló a la tatarabuela del escritor, Rosa Jáuregui, y dos sillas inglesas del hermano de Manuel Dorrego. De las paredes cuelgan más de ochenta retratos de antepasados y parientes de Manuel Mujica Lainez y de Ana María de Alvear Ortiz Basualdo de Mujica Lainez: Juan de Garay, Diego y Carlos de Alvear, Miguel Cané, Juan Cruz y Florencio Varela, Felisa Ortiz Basualdo de Alvear, Lucía Lainez Varela de Mujica Farías, Vicente Cané y otros tantos hombres y mujeres. Dos esculturas presiden la sala: son las cabezas de Manucho, hecha por José Fioravanti, y la de Anita, por Suhurt.




Salón de los retratos


Cruzando el Salón de los Retratos, se llega a una sala más pequeña donde se conserva parte de la biblioteca de Mujica Lainez. Es la Salita de té, lugar donde se servía la comida en invierno. En los anaqueles -cubiertos por puertas vidriadas-, los libros comparten espacio con fotografías de amigos: Victoria Ocampo, Jorge Luis Borges, Silvina Ocampo, Eduardo Mallea, Gabriela Mistral, Alberto Girri, Sara Gallardo, Guillermo Whitelow, Alberto Gerchunoff, Ramón Gómez de la Serna, China Zorrilla… Una vitrina guarda el ejemplar más antiguo de la biblioteca del escritor: un libro editado en el Renacimiento, en Francia; lo rodean ejemplares dedicados a Manuel Mujica Lainez por Alfonsina Storni y Federico García Lorca, entre otros. Frente a la biblioteca, y rodeando la chimenea, un juego de sillones de madera oscura y unas mesitas con adornos y libros completan el mobiliario de la sala, en cuyas paredes se destacan cuadros de Soldi, Basaldúa, Cordiviola, Aldo Sessa y Miguel Ocampo, y un escudo de armas empotrado en la chimenea.
Por una arcada (custodiada por una máscara de Suhurt que representa El Unicornio) se pasa de la Salita de té a la Salita de las plantas. Es sorprendente que sigan allí las plantas de Ana de Alvear, rodeadas por cuadros y objetos de arte. Una mesita, junto a la ventana, muestra la última foto de Manucho en familia; en el papel impreso aparecen él, su esposa y sus hijos (Diego, Ana y Manuel) el día que el escritor recibió la Legión de Honor de manos de S. E. el Embajador de Francia en Argentina. Enfrente, en una mesa ratona con tapa de vidrio hay algunas medallas y condecoraciones otorgadas a Mujica Lainez. Una vitrina guarda las obras completas del escritor, y en las paredes hay caricaturas suyas hechas por importantes personajes. Algunas de las curiosidades allí exhibidas son el horóscopo de Mujica trazado por Xul Solar y una bandeja de madera firmada por amigos del novelista: Silvina Ocampo, Adolfo Bioy Casares, Norah Borges, Eduardo Mallea, Susana Aguirre, Lino Enea Spilimbergo, Raquel Forner, Cayetano Córdova Iturburu...
Una arcada permite pasar de la Salita de las plantas a la biblioteca del escritor. Las paredes que rodean el cuarto estaban cubiertas por estantes con doble fila de libros; hoy hay espacios vacíos ocupados por cuadros. Sobre las mesas se acumulan lámparas, estatuillas y objetos artísticos que coleccionaba Manucho. Junto a una mesa, en un paragüero, descansan algunos de los bastones que usaba Mujica Lainez.





Escritorio




Originariamente, el lugar que ocupa el estudio de Manucho era el dormitorio de Lucía Lainez Varela de Mujica Farías, pero cuando ella murió (en 1975) su hijo decidió instalar allí su biblioteca y un escritorio, convirtiendo el cuarto en su lugar de trabajo, el lugar donde él solía tomar notas y preparar sus borradores en los viejos libros de caja de comercios de antaño.
Volviendo por la Salita de las plantas y la Salita de té, se llega al palier de entrada, que tiene de un lado la escalera que lleva al primer piso, y del otro la puerta que desemboca en el patio andaluz. En la pared de la puerta, un gran cuadro muestra los árboles genealógicos de Manuel Mujica Lainez y de Ana de Alvear de Mujica Lainez. Hay también íconos rusos y griegos, objetos de arte colonial americano y varias pinturas de artistas argentinos (Juan Carlos Bruckman, Miguel Ángel Guerreiro, Nicolás García Uriburu).
Al final del palier está el cuarto de huéspedes, íntegramente pintado de rosa y decorado con témperas de Susana Aguirre. Dos antiguas camas de hierro, en las que durmieron China Zorrilla, Alicia Jurado, Federico Peltzer, Oscar Hermes Villordo, Oscar Monesterolo, y Miroslav Scheuba, por citar solo un puñado de nombres de algunos de los amigos del escritor que lo visitaron allí, ocupan gran parte de la habitación.
En el patio andaluz o galería española, una escultura embutida en la pared es una alegoría de Suhurt basada en la obra del escritor, y muestra personajes de sus cuentos y novelas; curiosamente, el rostro del hada Melusina (de El unicornio) es el de Anita, y el del demonio de la pereza, de El viaje de los siete demonios, es el de Manucho. En otra pared, unos azulejos blancos reproducen la historia del Valle de Punilla escrita por Mujica Lainez y copiada en ellos por las ceramistas Mabel y María Castellanos. Unos centímetros más arriba de la obra, en la misma pared, está el cerámico que inspiró “El hombrecito del azulejo” y cerca de esos mosaicos, otros reproducen La rendición de Breda. Allí tienen su lugar, también, varias objetos, una imagen de Santa Teresa y el fauno de bronce que estaba en la quinta de los Alvear en San Fernando, Sans Souci, y que acompañó a Mujica durante años.
La puerta del patio andaluz, que es la puerta principal de acceso a la casa, es una verdadera obra de arte: José María Suhurt recreó en bronce a Adán y Eva en el Paraíso, tentados por la serpiente y comiendo la manzana del pecado. En el arco de hierro que antecede a la puerta, una vieja parra sigue dando unas uvas tan deliciosas como las que comía Manuel Mujica Lainez.






Puerta de entrada



Por una escalera angosta, de madera crujiente -frente a la puerta del patio andaluz- se accede al primer piso de la casa. La escalera termina en el escritorio del académico.
En el escritorio hay dos muebles enfrentados; en la biblioteca que está del lado de la escalera, Manucho guardaba en cajas, y ordenada alfabéticamente, su correspondencia (la misma que hoy forma parte del Departamento de Libros Raros y Colecciones Especiales de la Universidad de Princeton, U.S.A.)*; el otro alberga los diccionarios y enciclopedias que utilizaba mientras escribía. Junto a la biblioteca de la correspondencia, bajo una ventana, está el escritorio de Mujica Lainez; y a su lado, en una mesita, la antigua máquina de escribir que él usó en sus años de trabajo en La Nación y que le regaló el director del Diario, Bartolomé Mitre, al jubilarse. Sobre la segunda biblioteca, decenas de cuadros rompen el blanco inmaculado de la pared; son cartas enmarcadas, fotografías familiares y árboles genealógicos ilustrados con imágenes. De la falleba de la ventana que está sobre la Woodstock aún sigue colgando la paleta para matar moscas que usaba Manucho.

Por una puerta ubicada al lado de la escalera, se pasa a la habitación de Manuel Mujica Lainez. Es, de alguna manera, un dormitorio austero: la cama de hierro de dos plazas donde murió el escritor; un viejo ropero de madera en el que guardaba la ropa de uso más frecuente; una cómoda isabelina con tapa de mármol y un espejo; la chaise-longue donde Manucho dormía la siesta, entre la chimenea y la cama; la canasta de Balzac (su gato, que murió en 1999) y el almohadón de Cecil, pueblan el cuarto. Sobre la chimenea hay estatuillas frascos con adornos y varios objetos artísticos; de las paredes cuelgan cuadros de Suhurt, Basaldúa, Spilimbergo, Soldi, Josefina Robirosa, Victorica, Leonor Fini, Asiain, Tiglio, Guerreiro y Santiago Cogorno. En un banco, al lado de la cama están los libros que estaba leyendo Mujica Lainez antes de morir.


Dormitorio de MML





Junto a la habitación está el baño, lleno de amuletos porque Mujica Lainez decía que era el lugar de su casa en el que se sentía más desprotegido, porque estaba desnudo. Sobre la bañadera, en las paredes, hay veintiocho figas (artesanías en maderas, típicas del esoterismo brasileño, a las cuales se atribuyen poderes para evitar las fuerzas negativas)*, cuatro manos abiertas, una réplica en yeso de la mano del escritor y una lámina árabe para prevenir el mal de ojo. A un lado de la bañera, el botiquín con los remedios que tomaba Manucho; del otro, un baúl de madera en el cual Anita pintó uno de los Laberintos de su esposo. Frente a la bañera, el lavatorio de pie y el espejo. Del cielorraso pende un loro de juguete usado por Manucho en uno de los bailes que daba en el Salón de los Retratos.
Pared por medio del escritorio, en el antiguo cuarto de huéspedes, se exhiben objetos de uso cotidiano de Manuel Mujica Lainez: un sombrero inglés, las boinas, los bastones, los lentes, la pluma Montblanc de trazo grueso, los anillos -entre ellos, el de oro con el escarabajo de lapislázuli que inspiró su última novela, El escarabajo-, documentos oficiales y familiares y las condecoraciones más importantes que recibió el escritor tienen su lugar en vitrinas de madera con tapas de vidrio. Al lado de la chimenea, colgado en la pared, un Laberinto que Manucho le escribió a su esposa y que es un verdadero poema de amor; abajo, enmarcada, está la última carta que le escribió Victoria Ocampo, semanas antes de morir. El resto de las paredes están cubiertas de cuadros con fotos de amigos cercanos y lejanos; dibujos de Mujica Lainez, y algunas curiosidades que él atesoraba. Este es el único cuarto de la casa que fue totalmente modificado después de la muerte del novelista.

Terminado el recorrido por la casa, el parque espera al visitante. Allí conviven, armoniosamente, caratos, dalias, cañaverales, enredaderas, un alcornoque, buxus, numerosos frutales, laureles, brucos, locontes, talas, molles, jazmines y no faltan los nenúfares que pueblan una fuente. Fueron las manos de los Cabezas, de los Parada y de Ana de Alvear las que hicieron de esa combinación de plantas y arbustos un bosque y un jardín encantador.
En los jardines de El Paraíso descansan, bajo las plantas, los animales que acompañaron a los dueños de casa: Cecil, Balzac, Sara y Miel. Cecil era el whippet que le regaló a Manucho su amigo Miguel Ángel Cárcano; Balzac y Sara, los gatos de la casa; Miel, la perra que había adoptado Anita. Sin embargo, Balzac y Cecil son los únicos que están señalados: dos azulejos que llevan grabados textos e imágenes de Mujica Lainez, dan testimonio de lo que ese perro y ese gato significaron para él.




[1] María Esther Vázquez: El mundo de Manuel Mujica Lainez. Editorial de Belgrano. Buenos Aires, 1982. Pág. 105
* La División Manuscritos del Departamento de Libros Raros y Colecciones Especiales de la Universidad de Princeton compró la correspondencia profesional del escritor en 1997; cuatro años después, en 2001, adquirió también la familiar

* En Cecil, el escritor dice que son cincuenta las figas que adornan las paredes de su baño.

lunes, 11 de octubre de 2010

Textura pop-surrealizante y arte de ironizar

FOTO: Pini-pon y refrescola (c) by Nicolás Antonioli


Por Nicolás Antonioli

“Aunque la poesía argentina actual no tiende a mirar hacia su tradición literaria, vira su discurso hacia los medios de comunicación masivos, utilizando un discurso social a veces, otras haciendo eco de discursos musicales, puede verse una fácil generalización entre los poetas actuales de aquella nación. Si aún en los mercados literarios poéticos de Argentina suelen consumirse los libros de los “monstruos” literarios (Girondo, Borges, Pizarnik, Orozco, Lamborghini, etc.) la joven poesía actual tiende a difundirse por su valor reflexivo, sus “nuevas” propuestas. Sin embargo, para una poesía que no mira hacia atrás, hacia su tradición, ¿qué queda?”.

Manuel Parra Aguilar, poeta mexicano (1982) nos interroga con ese comentario sobre en qué terminará esta mezcla de propuestas que nos ofrecen los nuevos poetas de Argentina. En franco diálogo entre pares se está haciendo un exhaustivo análisis de lo que se escribe hoy en nuestro país, pero no mediante la visual de algún autor de generaciones pasadas sino por poetas pertenecientes a la misma generación a la cual pertenecemos, es característico que un poeta extranjero teorice sobre lo que escribimos y más aún que tenga nuestra misma edad. Algunos textos críticos se encuentran publicados en la revista La línea del cosmonauta (México).

Las temáticas siempre son abundantes y complejas, pero se advierte un hilo conductor que entabla situaciones de relación que evidencian, por lo menos una tendencia común: ironizar sobre el mundo y sus actantes, tomando elementos de la infancia como punto de partida para revivir en la relectura del poema, el acto creativo, como si cada línea se describiera a sí misma, pero sin recaer en detalles; se intentan poner en estado lúdico aquellos elementos dotados de lenguaje que nadie se animaría a decir. Es para destacar que estos poetas del nuevo siglo traen una carga social por añadidura, ya que en su mayoría nacieron o por lo menos vivieron su niñez en democracia. Existe también un ánimo por movilizar ciertos nervios, por irritar, por despertar al otro con un aire o turbulencia cargada de libertad, pero es mediante acciones concretas, performances, revistas virtuales, blogs, colectivos. Estos escritores de poesía logran comunicar la liberación que han visto sus ojos. El hilo al que me refería anteriormente es sin dudas: la ironía. Las piezas del poema interactúan con el lector, llegan a él espontáneamente y como sin darnos cuenta el poema hurga o corrompe, genera un estado de identificación, al menos parcial pero claro y directo, gracias a ese atributo de irónico en diálogo con el lenguaje publicitario o neo-pop (pictórico), en alguna medida. Es importante distinguir entre “tradición” y “tradicional”, para lo cual a esta altura se puede intuir que nosotros somos una continuación de la primera pero negamos y vapuleamos a la segunda. La poesía que se inicia ahora, esta sumergida, bucea a estás horas en lo inasible, toma como propios todos los elementos de descarte del s. XX, los reutiliza para sus propósitos estilísticos, el poema no está construido por recursos retóricos enlazados sino que son en esencia concreciones retóricas, cada poema por separado actúa como una extensa metáfora que logra bienherir. Esos conceptos y las palabras no han cambiado, lo que cambió es el uso que se le da a esa unidad mínima de conmoción: el verso.

Abundan nombres en este nuevo escenario poético; darlos a conocer todos, ofende.

viernes, 17 de septiembre de 2010

Homenaje a Manuel Mujica Lainez I

Ofrecemos a nuestros lectores dos cartas inéditas del Dr. Federico Peltzer al Director de Nombre. En la primera, F.P. relata su amistad con el autor de Bomarzo; en la segunda, se explaya sobre el Congreso de la SADE en Paraná (1965), al que asistieron, entre otros, Mujica Lainez, Silvina Bullrich, Juan José Saer y quien escribió la carta.